CINE (NACIONAL) CON POLICÍAS

,apropósito del estreno de EL AURA de Fabián Bielinsky

Me myself

Un exotismo al que las circunstancias moderan, en torno a los peligros en que se advierten expuestos aquellos que acechan una confianza momentáneamente interrumpida en la conducta de algunos de los personajes que ahora intentan huir de la sospecha; infidencias ensoberbecedoras en las entrelíneas que constituyen los adelantos y retribuciones provenientes de la certeza de sí de la inocencia, y a veces socavadas por la mordaza amenazadora de la muerte; cosas que prevalecen más allá de la imaginación de quienes pretenden reponer la habilidad del asesino en los lugares en que por naturaleza solamente es el escritor el único que dispone.

En el Río de la Plata, el delito puede ser el deseo de abandonar una soltería persistente cuando en realidad se es víctima de la ambición de una muchacha del pueblo; también convertirse en dramaturgo afamado o recibir correspondencia en el seno de una casa de pensión decadente puede suscitar indagaciones aprensivas; son estas casas de pensión el ámbito en el que se registran la mayoría de los hechos delictuosos en el país fílmico hacia mediados del siglo XX y constituyen dos de las escena más privilegiadas por los directores cinematográficos. La figura del investigador, aquí no se da ni más ni mejor que en la literatura y mientras la figura real del personaje, el delincuente parece afluir de la frustración artística y la molicie empresarial, se sustituye ese pathos, o se lo interrumpe, con sucesivas interpelaciones entre los concurrentes del set. Recurso económico, en ese contexto las características habituales del policial holliwoodense se diluyen en las grandes productoras nacionales; la producción fílmica parece seguir las determinaciones del mercado tan sólo cuando las tramas de las narraciones se despegan del policial canónico a favor del rodaje de thrillers o melodramas policiales[1].


Los filmes consultados fueron:

Daniel Tynaire (1948), Pasaporte a Río.

Carlos Hugo Christensen (1948), La muerte camina en la lluvia.



[1] El melodrama policial encarna puramente los avatares del delito aislado, porque la figura principal parece desplazarse al rol del delincuente, sus estelas. Como si fuera el Paradise Lost de Milton en donde toda la atención se focaliza en los planes de Nosferatu, el thriller policial sigue paso a paso la manofactura del crimen.

II

LA DALIA NEGRA, de Brian de Palma

Consecuencia del intelectualismo, es sin duda, la heredada costumbre de simplificar. Proveniente, también sin ninguna duda, del organicismo, en sus múltiples acechanzas, hacer pasar por el tamiz de la cultura popular leyendas pertenecientes a las raíces de la humanidad misma, no logra, muchas veces “convencer al populacho”. La verdad es que salta siempre a la vista el falso montaje de facciones e intereses. Cuando el interlocutor balbucea, “el pobre, el mendigo” (de espíritu puede decir un progre optimista) duda.

La legendaria mentira que nos hacía pasar a todos los escritores por personajes cultos, quienes proveníamos de un clímax erudito que nos había hecho nacer con el Quijote memorizado y las novelas de Salgari releídas, cayó con la llegada del cine. La cos­tumbre de ir al cine quebró la ilusión de la torre de marfil y devolvió esas historias naci­das del hastío y la rapidez mental, al terreno horizontal de la reflexión. Pero un nuevo enemigo acechaba. Ahora, lo que se alejaba era la leyenda cinematográfica.

Referencias ocultas entre los fotogramas del celuloide, fueron logrando que los encar­gados de sintetizar la cultura en 120 minutos de los 5000 metros de cinta bruta de una idea, volvieran a efectuar un alejamiento respecto del destinatario, alejamiento que la cultura letrada tardó 400 años en hacer familiar al público ocasional de la literatura.

Más que enemigo, se convirtió en un peligro, en el demonio que cada realizador bus­caría evitar más allá del grado mercantil de sus objetivos artísticos. No hace mucho Bertolucci y Resnais, en una entrevista realizada por el conductor de la TV Francesa Bernard Stiegler, realizaron desde la pantalla una defensa de la edición y allí señalaban que incluso el fin económico es tenido en cuenta por los realizadores a la hora de decidir un corte, una determinación al equipo técnico.

La Dalia Negra, reciente trabajo de Brian de Palma (Los intocables) en un primer momento parece no escatimar con el recurso monetario, sin embargo, el derroche no habilita otra interpretación que la del genio, todo desde la butaca de un cine porteño. Así y todo, la sucesión de efectos intimidatorios tradicionales de los estudios de cine esta­dounidenses no despeja la duda acerca de la contundencia del argumento.

La película, desde el aspecto de la ruptura esquemática de la historia, recuerda a pelí­culas nacionales tales como Pasaporte a Río o Puerta Cerrada, donde el drama de la actriz de revista, envuelta en una pesadilla policial que, la hacía sufrir verdaderamente ante una situación paradójica. Este film de de Palma no morigera esa deuda con el cine ita­liano o mexicano. Pero tampoco se contiene a las referencias holiwoodenses.

Del marasmo de textualidad contenida en la película La dalia negra, de Palma me hizo recordar una en particular: El hombre equivocado. No recuerdo en este momento si finalmente el Henry Fonda es o no el ladrón que busca la policía pero sí permanece ese trabajo que sólo Hitchcock hubiese podido lograr en el que a medida que avanzan las pesquizas uno como espectador va dudando de la verdad que el actor encarna. Esto mismo funciona en la película de de Palma cuando finalmente la conciencia moral, pro­pia de los detectives, se abandona junto con el sentido y la coherencia.

Siguen en los filmes del creador de Eliot Ness las referencias a David Grifith y aquí el guiño se toma como una despedida a su maestro Robert Altman, quien también quedó alguna vez prendado por los vericuetos de Hollywoodland.



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