DYLAN THOMAS


SCANDAL OF A LOST REVOLUTION

La índole perenne de la juventud de Thomas

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señala más el re­sultado de una destreza, que le hará particular, adosada por la prodigiosa secularización sajona de la figura del niño-clown, ad­herida a lecturas veladas del amparo a una pubertad por clausu­larse con la resolución Galesa requerida a todo objetor del ex­tenso registro de pruebas afirmativas a la existencia de un im­perio, que una debilidad de carácter.

por Oscar Assent



El drama de Thomas responde a la maña con que un pueblo podría resolver la in­terpelación por la autonomía mediante un libreto com­puesto e interpretado al agrado de un público cuya homogeneidad se garantiza cada vez más enfática­mente como la carte de passe de la crí­tica, sometida a la amenaza constante por parte de la explicación simple que desaprueba toda apertura a la disolución de las posiciones más automáticas, me­cánicas, más bien que re­flexivas.

La ventura del mitógrafo en su preciencia consiste en re­conocer de antemano la inevitabilidad del entramado en que su materia lo in­cluye; en el caso del biógrafo, complicarse con la zarza discursiva del héroe de su presentación es la debilidad más previsible y de la que sólo alcanzan salir ile­sos aquellos que campean la articulación de la tarea de acuerdo a un plan de trabajo sumada a dos o tres prescrip­ciones oportunamente aportadas por la bondad del editor de un su­plemento especializado, la crítica literaria y sobre todo el máximo permisible de sentido común; más allá no hay “literatura”.

La arbitrariedad del sentido que Mark Alvyn (Chicago, 1963) en su biografía sobre Thomas, no se dirige inocentemente a señalar la revelión del poeta Thomas, perdido por el nihilismo que azotaba su persistencia en la poesía cuando esta con la que dialogaba era la tierra que los expulsaba. El matrimonio Thomas se exilian en Chicago en 1953.

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