EN DEFENSA DEL TEATRO

por Oscar Asent


“Si TN cierra se perderán muchas fuentes de trabajo… sí, pero se crearán otras nuevas.” Esto que es un vox pópuli, un saber de superficie, refiere a la crítica que de una y otra parte de la discusión sobre medios se suscitan en estos días.

Es cierto que a simple vista, la legislación de un país, producto de una política pública, en primera instancia no podría poseer la misma energía que una reglamentación interna de una multinacional, ya que algunas de estas manejas cifras que multiplican el PBI de un país como la Argentina, el hecho de que al menos el 30% de la población nacional es trabajador estatal revierte una saber del sentido común.

La fuerza de la ley ya no refiere a los grandes principios, es ya un sistema concreto de asignación de recursos que el mismo Estado se provee en un círculo virtuoso. Al menos contra esto no hay quien discuta. Algunos lo llamarán democratismo creciente, otros liberalismo cínico y otros burocracia orgánica.

Se piensa que la nueva ley de medios ataca un grupo en beneficio de otro (muy posiblemente el Kirchner&Co.), sin embargo, esas imágenes que provienen de otro período histórico, esas agencia online durante 24 horas al día, nos recuerdan más al neoliberalismo que entonces presionaba por instalarse, y que hoy en retirada, nos brinda una distorsión imposible de digerir.

Estos años se ha avanzado en la contemporización con las ciudades de los grandes productores. Se han instalado cámaras en la vía pública, se ha mejorado el sistema de imágenes satelitales, y acompañando este crecimiento de imágenes banales, se ha avanzado en los mismos términos en sentido discursivo.

La pregunta refiere a si un país austral, con una población que no alcanza el 10% de aquellos países centrales, posee el hadicap para proveerse de elementos tecnológicos que en la mayoría de las veces, no es el adelanto en sí lo costoso, sino su manual de instrucciones.

A qué punto ese fin tecnológico no viene a ocultar detrás problemas profundos: la falta de solidaridad cada vez más animal, los procesos de inseguridad incontrolables, la creación de industrias del ocio, etc.

A la par que EE. UU. demuestra un crecimiento del desempleo, lo hace también el índice de alcoholismo, cuando en relación a esas dos variables, el pico máximo inverso se logró hacia el final de la era Clinton y primera presidencia de Bush. En términos históricos, las mayores tasas de alcoholismo y las menores de desempleo sin duda se dieron durante el gobierno de Roosvelt, cuando el más mínimo consumo alcohólico era de por sí un lujo difícil de sostener por el trabajador llano.

Otra tasa interesante es la de la natalidad. En las grandes ciudades esta desciende año tras año, más allá de las relaciones productivas, pero en términos generales para un país, nada le viene mejor que las fases descendentes de la producción, aunque estas también conlleven al crecimiento del trabajador sexual.

Mientras tanto, como en un viejo slogan radial, el teatro continúa su marcha, sin prisa y sin pausa. No hablamos de fenómenos espectaculares a lo Andrew Lloyd-Weber, que acompañan el proceso que la nueva ley de medios se propone frenar. El teatro a secas, el teatro povero, el que sólo requiere de la reunión de personas con el fin de transformar intensamente los mecanismos del espíritu, cercenado por la lógica del consumo y escapismo. Tal vez esos trabajadores que mañana saldrán a buscar nuevamente empleo, o se volcarán de lleno a su proto-proyecto de productora, sin duda harán posible una cultura.