no todo lo que se ve

Ricardo Bartís, Cancha con niebla, Atuel, 2006

no todo lo que se ve


por Santiago Meilán

La actividad del director teatral, el oficio, el trampolín desde el cual los actores pegan su salto hacia la libertad, es decir, la pregunta por el director –postergada hasta no hace mucho.

Esta nueva edición del volumen de herramientas para comprender el universo del creador de Postales Argentinas y Hamlet o la guerra de los teatros seguramente viene a mitigar ese desliz que borró durante tanto tiempo de la escena al director teatral; un gesto pródigo o bien un compendio de la exuberancia que caracteriza a la razón cuando la praxis requiere de la acción instantánea; desligada de improvisaciones, ese es el teatro de Ricardo Bartís.
Registrar la acción efímera, quizá sea la función directriz de los pertrechos que componen Cancha con niebla. Libro de fragmentos, reescrituras apeladas a la memoria donde el texto fundamental se ha perdido. Como la reconstrcción del texto preescénico de Postales Argentina, donde hay toda una cadena de diálogos que señalan mejor el lugar de la construcción del drama, mejor que la conservación facilona del guión; “el guión se ha perdido” es la ilusión que Bartís retoma, apartándose de los presupuestos del teatro convencional y hace surgir de la nada todo un material poco problematizado hasta el presente. Ese guión fraguado resurge en grabaciones de ensayos, o bien en trabajo de archivo sobre la recepción que el público –con mayúscula, esa máquina de asignar identificaciones– devuelve acerca del fenómeno de la observación.
Suele hablarse del texto literario como guión, pero habría que ver lo que es guión para Ricardo Bartís. Seguramente, y cuando mucho, algunas marcaciones necesarias para ubicar al/un autor. “Desde que se creó la imprenta el teatro se vuelve algo legal”, la disolución del yo que queda en la impronta del hecho teatral se sustantiva y se vuelve un uso corriente del cuerpo del actor.
Son todas palabras de este gran creador escénico, del “dramaturgo” si el término resiste la puesta en lenguaje de la evanescencia que otrora fuera el lugar del redactor de dramas. Creador, ideólogo, ponedor de escenas, se percibe una fuga respecto de las definiciones y en el camino está Bartís: lo encontramos al costado, cediendo el paso con un cartel que dice “performance volátil” –“teatro del devenir” sería lo más “pancarta” que Bartís se permitiría. Bartís, sin duda, también omitiría definiciones sobre lo que es la vida, sólo por evitar un desgarrón dictatorial sobre escena. Está en la esencia misma del hecho teatral que algo se pierda para siempre; esa comunidad de seres humanos haciendo cosas “tontas” va con el sentido profundo de la vida, por eso el teatro de Bartís resiste las definiciones. También para evitar el fin didáctico, se supone que aquello que es “con” el actor se resuma con la simple palabra acción, por ello se ve aun hoy escribir a Bartís, quien sabe si como deuda a su entrañable Lamborghini quien hacía uso de esta fórmula– Bartís, en sus textos dice: “acción de escribir”, por ejemplo, “acción que no le hable de esos temas”, como queriendo explicitar que allí hay teatro; parecen desaparecer las didascalias. Si el actor es ese ser dispuesto a representar todo lo que el director pudiera llevar al lenguaje, Bartís conmueve a sus actores a moverse en contra del rol, no es un anti-rol ni un rol hacia atrás, sino todo lo que no prohíba que el actor descubra la potencia poética que un texto pueda otorgar.
Hay el Bartís que dice que versionar es una tarea de más de uno, el Bartís que no cree en las versiones de actor, porque allí no hay historia, y todo desaparece al más mínimo instante de creación solitaria; hay otro, anterior, coherente, dispuesto a desmentir lo que soporte ser registrado, porque nada es lo que llega a igualar el verdadero sentido del hecho teatral. Puede que un poco más artaudiano, pero entonces ¿hay varios Bartís? Los fragmentos recopilados parecen mostrar esa autoconciencia deletérea que sólo el actor posee, y afirman: “con” actores un texto que.