¿OTRA OPORTUNIDAD PERDIDA? (a un año del asesinato de Fuentealba)

por Ricardo Kirshbaum

Si en el 2001, el cacerolazo fue urbano y de la clase media despojada por el corralito, en 2008 el cacerolazo fue del campo. Ese tránsito, dramático, de siete años obliga a preguntarnos con inquietud: si ocurre en la abundan­cia ¿qué pasará cuando lleguen, si llegan, los tiempos de estrechez económica?
Todavía se puede evitar perder una nueva oportunidad. Una oportunidad de ser, finalmente, un país normal como el que se prometía en 2003. Un país que haya aprendido de sus propios errores. Un país que deje de atrasar y de morderse la cola con una tenacidad y una necedad sorprendentes.
Ya no importa la anécdota, aunque sea relevante. Lo verdaderamente trascendente es que sigue la crisis de representatividad y que el estilo de conducción está cuestionado.
De la crisis de representatividad hay tantos ejemplos cotidianos que es una redundancia decir que la mediación política e institucional prácticamente no existe. Ni las organizaciones rurales, en este caso, ni los estamentos del sistema político, están teniendo la capacidad ni la inteligencia ni la generosidad para resolver el más grave con­flicto desde 2003.
Unos, porque han sido desbordados por sus bases y porque el protagonismo en los cortes, más la notoriedad mediática que hoy fabrica un líder y mañana lo sepulta, han desnudado una situación que ni el más febril agita­dor revolucionario podía imaginar en la Argentina: las bases del campo, alzadas, intransigentes y sin conducción. En ese grueso caldo, se cocinan otros ingredientes típicos de la inestabilidad argentina: intenciones políticas, querellas ideológicas, y de cualquier tipo. Allí, también, se montan conspiraciones. Muchas tragedias se cocina­ron con la misma receta. Y los que fracasaron apenas ayer, se sienten hoy autorizados a tomar las mismas ca­cerolas que los echaron a ellos, en una puerta giratoria fatal ya no para la política, sino para toda la sociedad.
Los chacareros se sienten despojados por una política agraria que ha sido equivocada.
Cristina sostiene que quiere redistribuir el ingreso y que eso no es indoloro. Debería mostrar resultados pronto para que esto no sea presentado como voracidad fiscal.
El Gobierno debe escuchar, debe saber escuchar. Y admitir que hay disidentes y sectores que no están —y no estarán nunca— de acuerdo con la política oficial. Así es la democracia. Si se denuncia las provocaciones, tam­bién tiene que evitar las propias, como las patotas.
El vaciamiento de los estratos intermedios —el Congreso, salvo una forzada declaración, ha estado ausente— ha convertido este conflicto en una puja entre ruralistas sin conducción y la Presidenta. Un disparate político.¿Por qué ocurre esto? Sería bueno revisar el estilo de gobierno hiperconcentrado y sin debate alguno. ¿No hay otra idea que no sea la de confrontar?
Una negociación es excelente cuando las partes sienten que han ganado algo y que han cedido una parte para que el otro se sienta satisfecho. Ese es el mejor resultado. Una negociación, en democracia, no juega con las instituciones. Las respeta desde el poder y desde el llano. Debería saberlo el campo y también el Gobierno.
Hay una oportunidad, todavía. Sería lamentable volver a perderla.