"El verdugo tiene la apariencia menos previsible"

17 de agosto de 2008


por Santiago Meilán

La reciente denuncia contra Jorge Corsi, director de la Especialización en Violencia Familiar de la Ciudad de Buenos Aires y presunto responsable de una red de prostitución infantil, desató una vez más la discusión en torno de los vacíos en los que la dinámica social actual oculta conductas delictivas. A salvo gracias a la indiferencia, muchas veces el verdugo tiene la apariencia menos previsible.
Escuché a Jorge Corsi una sola vez. Allí me pareció que su discurso estaba sesgado por una profunda represión y que su mirada de adulto responsable no se condecía con el rol que ocupaba en la Especialización en Violencia Familiar de la Facultad de Psicología. Más allá de atentar contra la diversidad, sus opiniones -no obstante- se amparaban en la institucionalización, que muchas veces echa mano del esquematismo reduccionista. En su oportunidad le hice saber que sus dichos no me parecían adecuados y sin más abandoné la butaca desde la cual lo escuchaba.
Jorge Corsi, diletante especialista en violencia familiar, asistía a cuanta charla y conferencia era convocado. A simple vista era un ser equilibrado, igual que el sujeto violento del cual él hablaba. Todavía hoy pueden verse sus intervenciones en medios públicos. Pero algo en sus palabras provocaba una fuerte sensación de extrañamiento; posiblemente sus opiniones demasiado despojadas respecto de la diferencia entre los sexos, siempre ubicados en medio de un esquema de poder que le servía de sustento para practicar en la vida privada esos actos que sus palabras denunciaban.
Corsi asistía desde 1990 a las convenciones realizadas por la OEA sobre la temática que luego volcó en su cátedra. En la situación puntual en que aquella vez el año pasado lo escuché hablaba de la construcción de la masculinidad como factor de riesgo en la violencia familiar. Seguramente había ingresado ya en el círculo que la jueza María Fontbona de Pombo había cerrado a su alrededor. Particularmente, hablaba en términos de "normalidad" y "anormalidad" con un lenguaje fuertemente institucionalizante, para acercarnos a un ejemplo del lenguaje que utilizaba en su disertación, la cual bien podría haber sido dictada por Lombroso.
En aquella ocasión Corsi ponía ejemplos por demás infantiles. Decía, entre otras cosas: "Un niño que juega con una muñeca y juega a que la cuida, a que la cura, nos permite, más allá de leer un rol de identificación, elucidar lo que le ocurre; esto se llama empatía". Llamaba "empatía" a la comprensión lograda por el adulto cuando "veía" jugar a un niño. Claro que usaba la palabra "niño" y no "niña", y eso formaba parte del rechazo que me producían sus palabras. Corsi pintaba un mundo ideal en donde todos gozábamos de empatía, como sujetos y objetos de amor. Eso quería decir cuando afirmaba que "en un mayor o menor nivel de empatía se promueve la construcción de una forma de relacionarse con el resto. El contexto en el que los hombres se van criando, alfabetizando culturalmente".
En aquella oportunidad no pude seguir el hilo de la charla; algo me llevó de regreso a una existencia onírica de la cual sólo desperté para formular una intervención que sin dudas pudo haber sonado descortés a quienes escuchaban conmigo, entre ellas la licenciada Lilian Fischer. Simplemente no concebía lo que escuchaba y sentía cada palabra de Jorge Corsi como un ataque a mi identidad. A la distancia, sin reproches contra los encargados del curso en el que Corsi participó en aquella ocasión, queda en todos los que alguna vez han podido creer en sus palabras la sensación de haber sido defraudados.
Corsi manejaba un lenguaje deficitario, si tuviera que usar sus palabras. Algo de la "construcción de la masculinidad" resultaba chocante.









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