La Coparticipación

por Santiago Meilán


¿Qué hacer con tanta seriedad en un mundo mayormente poblado por niños, cuando las pretensiones de los que gobiernan ocultan intentos de vulnerar las reglas caprichosas de un juego en el que todas las combinaciones fueron ensayadas con el pretexto de la justicia?
¿Hacerse el distraído? ¿Mirar para otro lado? Ahora la coparticipación esconde la ambición desmedida en tiempos de crisis cuando todo ha sido repartido, cuando meses atrás las vacas moría en los campos resecos, y ahora que los cultivos están cubiertos por el agua de las tormentas excesivas que siguieron a la sequía. En los despachos se habla de distribuir lo escaso.
La soja, con el cuento de representar el cultivo más adaptable al cambio climático, representa el color de la esperanza para una casta de rentistas oligarcas. El armazón de nuestra nación está ensamblada sobre fortunas que amasan un conjunto de personas carentes por completo de inocencia.
Mienten. Mienten y lo único que queda tras su paso es la mentira.
1870. La patria con escasos 60 años de vida, había retirado los derechos a los propietarios ancestrales de un continente tan preciado como feraz, para entregarlos a los joint ventures ultramarinos. La autodeterminación había constituido una meta vigorosa en los postulados de los primeros conquistadores, devenidos criollos, e impulsaba una serie de cambios tan inevitables como la revolución que significaba la máquina de vapor para los países europeos. La Argentina se colocaba entre las primeras naciones cuyas instituciones eran la avanzada del estado moderno, superados los absolutismos y la monarquía.
La división internacional del trabajo la había transformado en una fuente de recursos primarios y la particularidad natural de sus tierras impulsaba la esperanza de nuestros gobernantes, entonces preocupados en la única tarea de vender al extranjero lo que era producido en una reducida porción de territorio litoraleño.
El mecanismo por el cual esos recursos era intercambiados se había transformado también: junto a las instituciones de gobierno eran creados los mercados y la banca. Numerosas empresas, florecientes bajo el ideal de la libre empresa, eran las encargadas absolutas de propiciar lo que la libre concurrencia se proponía, y cada vez más, el Estado fue ubicándose en el rol de ejecutante de las reglas que transparentaban esa manifestación del interese convocados libremente.
En ese entonces, los encargados de la actividad financiera, estudiosos que se habían provisto de las ciencias contables en Europa, eran de la mayor importancia, y a partir de que desempeñaran funciones gubernativas, eran quienes debían combatir con mayor rigor la especulación como así también los demás fantasmas del librecambio. La creación de los bancos nacionales surgió de la necesidad de proveer de dinero al comercio para que este pudiera colocar los productos nacionales en el extranjero y así generar la ganancia que solventara la libre empresa, por un lado, y las instituciones locales, por el otro.
Transcurre la presidencia de Domingo F. Sarmiento. El mayor caudal de divisas se intercambia en la novedosa Bolsa de Valores, copia exacta de otros centros internacionales proveedores de materias primas. La especulación, que en la prensa periódica de la época era opacada por los intereses que suscitaban los entretelones políticos, en verdaderos melodramas electorales. Como mar de fondo, abundaban además los temores de revueltas y subversiones por parte de los caudillos regionales, opuestos firmemente al poder central de Buenos Aires.
Se tardaría todavía 48 años para la creación de una entidad que monopolizara la producción de papel moneda, y por tanto, la avidez por la ganancia marginal reunía en torno a los bancos provinciales todo un germen cuya actividad era contraria al objetivo de la riqueza, y cuyo fundamento final era la obtención de privilegios y la prebenda. Aunque limitados, se fundaban también los bancos privados, cuyo objetivo principal era financiar el consumo de productos extranjeros, y a la vez, promover los joint ventures que abrieran mercados a una población que crecía a partir de los avances en la medicina.
Mientras tanto, el dilema para nuestro estado se reducía al cálculo monetario. Páginas enteras de los diarios de aquel entonces, en primer lugar La Prensa (1867), eran ocupadas por el registro minucioso de las entradas y salidas de mercadería en nuestros puertos. El interrogante, ante una masa de inmigración que venía a ocupar junto a los naturales los puestos productivos, se dirigía a la participación precisa del capital que La Argentina representaba. Esta idea de precisión en los medios, impulsada por José Clemente Paz, llegó en su época de auge, con Juárez Celman en el poder, a un máximo de 3 mil ejemplares impresos, cuando la población contaba con menos de 3 millones.

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