TRES DE VERLAINE (trad. Diego Silvain, Mis Escritos, 2009)

Patinando

Fuimos víctimas, tú y yo,
Mutuamente utilizados
Señora, la ilusión
El ser la mente ha herido.

¡La primavera apenas
Si bien creo, ayudó
A enturbiar nuestro juego,
En una forma más oscura!

Al frescor de la primavera
Dormidas las rosas nacen,
Y el amor parece abrirse,
Con inocentes frangancias;

Las lilas son bellas también
Y exhalan humilde aroma
Junto al nuevo sol ardiente;
Excitación renovada,

El zafiro sopla, alegre,
Dispersando el afrodisíaco
Mientras el pecho su efluvio
Lo detiene el alma vacía;

Los sentidos excitados
Se conjuran en la fiesta,
En soledad impedidos
De llegar a la cabeza.

Fueron tiempos de cielos claros,
(¿Lo recuerda usted, señora?)
De superficiales abrazos
Y de pasiones a flor de alma.

Olvide las locas pasiones,
Plenas de amenidad benévola,
También nuestras diversiones
¡Sin entusiasmo ni pena!

¡Dichosos! Llegado el verano
¡Adios, las refrescantes brisas!
Un viento sensual y pesado
Confina el alma con sorpresa.

Cálices de rojas flores
Olores maduros nos lanzan,
Malos consejos por doquier
Posan en nosotros las ramas.

Cedimos por todos lados,
A lo que fue vértigo ridículo
Con el cual nos enloquecimos
Tanto que dura la canícula.

Las aves, nerviosas lloraron,
¡Las manos sin fin oprimidas,
Tristezas húmedas, desmayo,
Llena la mente de ideas baldías!

El otoño, por fortuna, con
Su día frío y sus cierzos fuertes,
Vino a sacarnos, leve y seco
De nuestras horrendas costumbres,

Y nos indujo bruscamente
A la elegancia reclamada
De todo amante irreprochable
Como de toda digna amada..

Oh, aquí está el invierno, señora
Y nosotros en el fragor
Parisino contra las otras
Cadenas que la guía arrebatan.

Las dos manos en tu paragüas,
Se sostienen fuerte del banco
¡Las hebras! En Fachón peinadas
¡Para al menos decirnos algo!


Carta

¡Lejos! ¡Señora, de tu cuidadoso
Imperio (de los dioses testimonio),
Languidezco y muero, como es costumbre
Vas amargada, en partes iguales,
Con la preocupación que apresa a mi alma,
En mi mente de día, de noche en mis sueños,
Y del día y de la noche, señora!
Si bien a mi cuerpo mi alma acompaña,
Yo me convertiré en un fantasma a este ritmo,
Ya que, entre lamentable emoción
De abrazos vanos y deseos sin nombre,
Mi sombra para siempre está en tu sombra.

Mientras yo soy tu valet adorable.

¿Todos van silenciosos como quieres
Tu loro, tu gato y tu perro? ¡Son
Junto a esta Silvana encantadores aún
Los ojos que amé negros y no azules,
De cuya declaración ma fié, Dios!
¿Te sirve aún de dulce confidente?

O, señora, una idea inquieta me impele
A conquistar el mundo y los tesoros
Que paguen la prenda-indigna-de amor
Y entre todos sea la flama más célebre
De las tinieblas más resplandecientes.
¡Cleopatra fue más amada sin duda!
En mi no temas un Marco Antonio o César,
No dudes de mi, señora, que rehuya
Como César tu sonrisa, Cleopatra,
Ni como Antonio huya por un vientre.

Dicho esto, adios, que ya es mucho decirte,
Y el tiempo que pierdes en leer esta carta
No valdrá la pena que se lo escriba.

Los indolentes

-¡Bah! Malditos sean los celos,
¿Quieres que muramos juntos?
-La proposición es rara.

Lo raro es bueno, murámonos
Como hizo Decamerón.
-¡Ja, ja, ja! ¡Qué idea bizarra!

-Bizarro no soy. Amante
Irreprochable, así es.
Si quieres, ¿morimos juntos?

-Señor, me ridiculiza
Que usted no ame y hable mientras;
¡Callémonos a lo sumo!

Si bien esta noche Tirsis
Y Dorimene, ambos asienten
Como dos selvas sonrientes,

Cometieron el equívoco
De aplazar lo exquisito
¡Ja, ja, ja! ¡Raros amantes!



Email me