Una feria para todos

Muchas veces las condiciones que se imponen a los que participan de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, ocultan el verdadero sentido de esta fiesta de cultura: la búsqueda de reconocimiento por parte de quienes salen a mostrar su trabajo.

por Santiago Meilán


El sueño de ver sus libros en un stand de la Feria del Libro tuvo que ser postergado cuando Fito, una vez que había llegado al pabellón rojo en la Rural y, palabras de su distribuidora, debía conformarse con una ronda de negociaciones los días previos a la Feria en sí.
Es una realidad para autores independientes como Fito, y una situación compartida por muchas distribuidoras, que no se encuentran entre las más prestigiosas o acomodadas, que no cuentan con un fondo editorial que las ubique en la fiesta de la cultura que la Feria supone.
Una de las situaciones más acuciantes para estructuras de publicación como la de los jóvenes escritores, en su mayoría, con una experiencia rudimentaria en el negocio editorial, la representa una imposibilidad de convertir su trabajo en mercancía.
La incontrastable tendencia de hacer del trabajo de escritor y su resultado natural en el objeto libro, muchas veces es obstaculizada por la intención convertir la literatura en un museo. El gran objetivo del reconocimiento a veces responde menos a la lógica de la literatura, hoy asediada, es cierto, por las nuevas tecnologías, antes que a la dinámica del muestrario.
Fito debe además, al llamar por celular a su agente ni bien se encontró que el stand soñado no estaba, consentir que se convierta su material de acuerdo a los nuevos métodos de comercialización, el cual supone la digitalización y el marcadeo según nuevas variantes que entroncan con la era cibernética.
Partiendo de contratos que contemplaban la situación, le plantea a Fito entre una de las cada vez más difíciles condiciones de ingreso al salón de venta, entre otras, que la agencia que venderá su libro le oculte o disimule algunas cláusulas del contrato.
Un recorrido por la sala de ventas puede representar una excursión por las distintas casas importadoras de materiales bibliográficos. Al igual que las distribuidoras locales, las agencias del resto de los países americanos y europeos buscan nuevos públicos lejos de su lugar de origen. Tales como Universo, de España, los vendedores de libros corren por satisfacer las ansias de sus clientes, de hacer llegar los libros a la línea de caja.
Cada vez más acorde con las Ferias internacionales, libros como el de Fito participan primero de una ronda de negocios y difícilmente lleguen a las bateas sin pedidos concretos y reiterados a las librarías que los comercializan por fuera de la Feria. En definitiva, las librerías son el segundo gran eslabón en la estructura que apuntala a la Feria.
En esas rondas el contenido principal serán las proyecciones hacia otras Ferias como la de Frankfurt o Guadalajara, si bien también es cierto, allí también uno encontraría una buena cuota de turismo incluido en el canon que los editores independientes desembolsan para seguir en carrera.
Una nueva Feria Internacional del Libro abrió sus puertas. Esta vez el escenario político local convirtió lo que debería ser una fiesta de la cultura, en un medio más de difusión de la propaganda. Esta 25º entrega fue inaugurada con la lozanía y el humor de Angélica Gorodischer, y grandes figuras del medio literario dirán presente en el predio de la Rural hasta el 11 de mayo.



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