Nadie se la juega

Santiago Meilán
El alejamiento de Santiago M ontoya de las filas del gobernador Scioli pone en evidencia un sistema político demagógico e inhumano. Pese al traspié de la retención de ganancias, la figura de candidato testigo remeda el sistema por electores, o peor, el bonapartismo del imperio en decadencia.

Finalmente, luego de versiones y comentarios que daban a Santiago Montoya offshore del gobierno de la Prov. de Buenos Aires, el recaudador de impuestos de Scioli presentó la renuncia. El resultado de una desavenencia con el patriarca del PJ, Néstor Kirchner, arrasa con la más mínima señal de desencuentro entre los integrantes de la fuerza creada por Juan Perón.
El jueves pasado, Santiago Montoya era invitado al nuevo programa de Roberto Petinatto. Precisamente allí es donde los principales detractores del funcionario hallaron los elementos que necesitaban para descabezar finalmente la agencia impositiva del mayor conglomerado de aportantes.
Montoya había realizado una tarea ardua en este sentido, su última decisión al frente de ARBA había sido duramente criticada por los cuenta propistas de la provincia. Se trataba de una imposición sobre las cajas de ahorro de los particulares en carácter e adelanto de Ganancias no declaradas.
Si bien es cierto, en muchas ocasiones, el constante maridaje entre La Plata y la presidencia, el mal paso de Montoya no significa otra cosa que dar de nuevo la baraja. A dos meses de la elección, es normal que cosas como esta sucedan, pero ¿a qué costo?
La relevancia de esta renuncia supone una crítica a la política actual. Con un sistema totalmente novedoso de demagogia, una sutil demagogia, se pone en práctica el mecanismo eleccionario de candidatos testigos, algo así como un revival del sistema de electores de la democracia post-dictadura.
Que esta dinámica se constituya en una máquina de procesar funcionarios no es otra cosa que la consabida “divide y triunfarás”, aunque tras la máxima napoleónica se oculte la precariedad e inoperancia burocrática. La caída de los jefes y directores, en el caso argentino, nunca alcanzó con consecuencias el sistema de dueños y gerentes, extranjeros, por supuesto.
Mientras, Daniel Scioli insiste con la creación de trabajo, educación y responsabilidad ciudadana, seguridad y la mar en coche, en un titubeante sonsonete de ahogado; seguramente beneficioso para la movida que alcanzará su más alta expresión con la coalición que se dará entre los partidos de la oposición. Ese sonsonete nos recuerda también otras circunstancias de sumisión entre los representantes del pueblo bonaerense.

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