El teatro nacional y la habitación del loco

por Oscar Asent

Cómo un hecho tan inexplicable como el teatro, algo que vive de la asistencia permanente de un público que se reconstruye en los medios, todavía sigue devolviendo una imagen acerca de la vivencia de la actualidad… lejos del teatro de la actualidad.

Siempre es insuficiente el esfuerzo que pueda hacer un teatrista por desapegarse del texto. La historia del teatro señala un recorrido que en los últimos cien años ha ido ejerciendo presión por despegar de lo escrito y volver a la experiencia más inmaterial del teatro.

Algunos obstáculos se interponen con este objetivo. Artaud se refería a esta batalla que el teatro de la actualidad libraba contra formas menos occidentales del arte de representar dramas.

Ese teatro de la actualidad, busca en primer lugar significar desde lo anecdótico, siempre entendiendo el ‘cuento’ como un elemento lineal antes que asincrónico. El resultado es que la noción de narración es uno de los elementos preponderantes en el teatro actual.

Hace por lo menos un siglo que la nueva forma de entender el teatro, a la que se entra también a través de la visión naturalista del espectáculo, busca entrar al omnímodo poder del público a través de múltiples canales de expresión.

Principal enemigo, pero gran colaborador el hecho de lo audiovisual, le agregó al teatro por lo menos el elemento esencial de la oposición de perspectivas, entendió así una nueva forma de agón. Así, el Juan Moreira de los Podestá, como el teatro de zarzuela o vodevil, el teatro revitalizaba el poder de reconocimiento con los protagonistas de la trama.

Es descorazonador, para quien investiga teatro, indagar la historia de la escena sin otro recurso que remitirnos a la institución textual. Podemos participar del mítico estreno del Moreira, que se dio ‘hojeado’ durante sus primeras presentaciones, gracias a la crítica de los diarios de la época.

El lugar textual del periodismo y el lugar del convivio. Aquellas presentaciones eran puestas en teatros pensados para el espectáculo circense, y mostradas con el fin de beneficencia que las clases acomodadas realizaban en los momentos de ocio, cuando no concurrieran al Frontón a ver alguna contienda deportiva. De hecho los predios donde se corrían carreras de turf eran llamados circos, y aunque no fuera un buen ejemplo, la unión de estas ideas respecto de un ámbito de entretenimiento duró y heredó además la cultura del tango con alguna posterioridad.

Teatro y deporte tienen en el ámbito nacional muchas implicancias, pero que más allá de toda lógica hacían del teatro una opción para el público ur-futbolero, cuando no también de la alcurnia que visionaba ópera.

Con un origen abarcador, el teatro une sus raíces a la arena de la contienda. Como dice Kartun, la arena que tendría más que ver con el tiempo con el escenario a lo Brook antes que el teatro a la italiana.

Nos remitimos entonces a la prensa de la época, más allá del diario La Prensa, con un antecedente popular frente a los periódicos elitistas, El Nacional también seguía la actualidad teatral según una misma posición: la cobertura era escasa y hasta causaba inconvenientes a la hora de fijar su relevancia o ubicuidad.

Teatros que se incendiaban en París, el mítico Teatro Colón que parecía postergar al infinito su inauguración definitiva, y al mismo tiempo la visita de magos y circos venidos de tierras allende el mar. La división era tajante y pocos eran los medios para el teatro de acceder a la sección que le correspondía en tanto hecho universal.

La mayores preocupaciones eran comentar el desempeño de determinada cantante lírica, o bien, respecto de los incendios en los teatros -algo que llegó a provocar pavor haciendo suspender funciones- publicar verdaderos tratados que aportaban un material en base de amianto para la fabricación de cortinados y revestimientos para teatros porteños como El Nacional.

De un modo o de otro, tanto espectáculos de alta cultura como populares, eran publicados; existía ya una concepción de público Locus. Esa es la voz que los latinos usaban para referirse al ámbito en el que sucedía la novela, mucho antes de que esta existiera como género. Allí remite el núcleo de la teatralidad, el lugar donde se realiza la obra convoca desde el inicio una fuerte atención.

Hoy el ámbito en el cual un drama teatral puede ser perjeñado es tan etéreo como el espacio donde invariablemente va a ensayarse y realizarse. Stanislavsky llamaba “la habitación del loco” al espacio donde el texto era urdido. Ese recinto inefable donde se establecían sin necesidad de gran participación actoral los ejes principales de la historia que iba a ser narrada.

Ese “locus loco”, en pleno siglo XIX, amenazado por las llamas de la eventualidad, se defendía como podía de la mayor amenaza: la desaparición que el hecho teatral entraña. Un hecho misterioso, que en plena desaparición de nacionalidades, de Estados y de conceptos, se trata de la teatralidad, aún vigente y en peligro.



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