10 de diciembre de 2007

A horas de la asunción de Cristina Fernández

BRECHT PARA UN EMPLEADO PUBLICO

Son ciertamente pocas la referencias en la obra de Karl Marx acerca de las diversas formas que pudiese haber adquirido en su tiempo el conocimiento psicológico. En reali­dad en su obra hay poco de especulación en torno al sujeto. La teoría marxista, puede decirse, es una psicología de masas.

En el artículo que ya citamos, Stuart Hall vuelve sobre la máxima de Durkheim, me­diante la cual, el sociólogo vislumbraba en los avatares de la ciencia decimonónica todo un mecanismo de selección a partir de la cual, llamémosle el iluminismo, había deter­minado un corte arbitrario en las áreas de conocimiento, que la elección que se había realizado en torno de la sociología había descartado el conocimiento de la psicología social. Seguramente haya sido, posteriormente, el legado de Saussure el que permitió, entre otros, el surgimiento de escuelas como la de Pichón-Riviere. Lo cierto es que Marx parece retroceder cada vez que se llega a las determinaciones subjetivas.

Un poco queriendo desentrañar las obsesiones de nuestros cuadros académicos, nue­vamente Williams se hace presente. En un capítulo, originalmente publicado en la re­vista de la editorial Presente y pasado, y luego recogido como parte del libro Cultura y literatura por la editorial Península, Williams reflota un topos tradicional de la teoría marxista. En Una contribución a la teoría política marxista, una compilación arbitraria llevada a cabo por su albacea, porque digámoslo, Marx escribía mucho, pero no editaba, habla de la ‘determinación’. Dice: “no es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino, por el contrario, es su existencia social la que determina su concien­cia”.

Sumariamente, ese es todo el contenido psicologista que puede encontrarse en Marx.

Viene a la conciencia entonces la incertidumbre en torno a la fuente de donde la exis­tencia social fluye. Sin duda el imaginario social, la ideología, forma parte de ese de­terminismo tan taxativo.

El lunes próximo asumirá por primera vez en la historia un mujer a la presidencia de la Nación a través del voto directo de los ciudadanos. Culaquiera puede imaginar, en el seno de la familia Kirchner, las conversaciones, los diálogo cercanos en relación a este hecho histó­rico. Cualquiera puede imaginarse a un buen amigo del todavía presidente, recordándole las intervenciones de su mujer cuando siendo él gobernador de Santa Cruz, ella era por esa provincia, su diputada. Esa predisposición aguerrida desde la bancada de Cristina Fernández de Kirchner durante la etapa menemista, debe haber sido sin duda causa y efecto de este hecho de la historia.

En el mismo artículo de Williams, fuera de discusión, introductor de la reflexión de Antonio Gramsci (digo reflexión, porque difícilmente se acepta el mote de sociología del encierro) habla de cuatro concepciones fundamentales de dicho autor italiano: do­minio, hegemonía, ideología y cultura. ‘Dominio’ “se expresa en formas directamente políticas. ‘Hegemonía’ es un “proceso social total”. ‘Ideología’ “se aplica por medios abstractos a la verdadera conciencia tanto de las clases dominantes como de las clases subordinadas. En este sentido ‘ideología’ es un concepto superior al de cultura. ‘Cul­tura’, Williams habla de ‘sistema cultural’ y dice: “la política y la cultura existen en la sociedad como elementos significativos... como formas que han tenido un efecto signi­ficativo en el propio proceso hegemónico”, “el sistema cultural, político y económico nos dan la impresión a la mayoría de nosotros, de ser las presiones y límites de la simple experiencia y del sentido común”.

No se trata de un glosario, sino de un juego. Williams en dicho trabajo estaba pelián­dose con el marxismo estructuralista, que a esas instancias había opuesto al término de cultura, el de objetos culturales, de manera tal que la discusión, con ese solo puntito, quedaba fuera de la contrapartida en lugares tales como Argelia o América Latina. Pro­veyéndome del título del libro (Cultura y literatura) imaginé lo que de cultural había en aquellos gritos de la Sra. de Kirchner. Recordé el apartado de Martínez Estrada, un na­cionalista moderado del mitad de siglo XX, en referencia a una figura autóctona: el ti­lingo.

Imaginé a la Diputada Fernández recorriendo, en sus tiempos de estudiante, los dis­tintos departamentos administrativos de La Plata, Río Gallegos y Buenos Aires. La imaginé con ese talante. Y no tardé en hacerme la pregunta: ¿cómo habrá esquivado ese mote de tilinga? ¿Cómo pudo pegar esos gritos?

Mañana se asiste a un hecho histórico, tal vez determinado por la dinámica mundial (recuerdo a Violeta Chamorro, primera presidenta mujer de Latinoamérica por Nicara­gua), pero sin duda pienso un poco más.

Digo, la Dra. Fernández de Kirchner no pudiendo evitar la recorrida habitual por los pasillos administrativos a los que todo funcionario alguna vez le está definido recorrer, peleando contra la burocracia y haciéndolo con ese carácter particular. Me imagino sus “pequeñas” batallas ganadas a una Sra. Chanel nº 5 y cabellera platinada, aunque en su época ya hacía furor Moria Casán (me río, pero eso funciona en la administración pú­blica). Ganando de esos triunfos un collar de desconciertos asumidos por la Sra. de Beauboir de turno (eso también funciona así, detrás de toda belleza hay una buena loba feroz).

Y me pregunto si todo eso habrá hecho ‘cultura’. Si los requiebres que hoy un artista, un docente, un magistrado, pelea en la hacienda pública no es la otra cara de una hege­monía profundamente arraigada en el poder, y que funciona a base de ‘furores’ disimu­lados. Obstáculos en los que un ‘alma pura’ (así habla Harbermas cuando se refiere al Goethe del período Wilhem Meister) cae y abatido no le queda otra que reflejarse en ese ‘tilingo’ de la Geografía de las pampas. Si la templanza del carácter es todo. Sin duda no, también está el talento, y también Bertolt Brecht. Pero de eso Cristina no habla, pre­firió olvidar sus veladas en el Teatro Nacional de La Plata.

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