La concertación, modelo latinoamericano

Una posibilidad que resultara verdaderamente superadora de la capacidad de generar cultura que posee la paranoia, en economía, llevaría a perder el miedo a las fosilizacio­nes que promovería la reticencia al establecer etapas científicas, temor al que suscriben eméritos de la talla de Gregorio Klimovsky.

Sin embargo, a 24 años de la recuperación de la autonomía universitaria, ciertos con­sensos establecidos desde la actividad académica, en la actualidad, promueven la pre­gunta sobre el valor positivo de que sigan operando.

No es posible distinguir si esos consensos se establecieron más bien como producto de ese temor infundado que se señala, o por el contrario, si habría que recurrir nuevamente a un trabajo de archivo para poder argumentar por la contraria, y promover otra periodi­zación de debacles económicas en perjuicio de las categorías establecidas. Las periodi­zaciones, seguramente surgidas de la intuición y del temor antes que de regularidades de la naturaleza (¿hay naturaleza en las economías?) privilegiaron en su momento (Ace­vedo, 1996; Samuelson 1979; Gelbarth s/f) unas coyunturas sobre otras, que funciona­ron en los trabajos académicos como bisagras para comprender la actividad económica.

De los múltiples cortes de manga internacionales, prevalecieron en la literatura de aquellos consensos dos: una de raíz financiera, la otra de carácter geopolítico. Hay, más que nada, en los modelos de interrupción del sistema económico vigente, cualquiera que se seleccione, una intención de visualizar dos prácticas políticas: los Consensos y los Planes. Con esos elementos, regularmente, se pierde de vista lo que subyace al op­timismo periodístico.

Juan Carlos Portantiero, el introductor de la literatura gramsciana en el ámbito político del marxismo latinoamericano, en el número 1 de la revista Debates, señalaba dos di­recciones que tomaría la interpretación de dicho intelectual italiano. La principal sería la del anti-economicismo, y no le faltaba coherencia aunque se tratara de un teórico mate­rialista, en ese período histórico se batallaba contra una inflación desembozada, que trepaba al 20% mensual (¡!). La otra orientación, percibida desde las circunstancias ac­tuales, apuntaba a denunciar la prematura longevidad de la hegemonía alfonsinista. Di­cha revista apareció en septiembre de 1984. La influencia de Raúl Alfonsín en la política local se extendió por lo menos hasta diez años después, en 1994, con el Pacto de Olivos.

Coherentemente se buscaba des-economizar el discurso político, y sin embargo el in­cremento distributivo, que había sido fuertemente contenido durante la dictadura, pe­leaba ahora por desatarse. Otras discusiones matizaban el furor político de la democra­cia: el parlamentarismo y la dinámica partidaria. Se trataba de introducir a toda máquina una dinámica progresista (progre) a la clase media, que durante ese período anterior había llegado a ser, tal vez para muchos de sus representantes, infantilizada y reprimida.

En la misma revista Debates, Mario Damill (analista económico de turno de la Con­sultora Fiel, hoy miembro de IDEA) propone una metafísica del crecimiento. Esta no debería pasar por alto el siguiente punteo:

a) frente a un crecimiento económico marcado por el monetarismo (cuando no hay producción, la riqueza se representa en la imprenta del Banco Central) era necesa­rio implementar las tablas heredadas del proceso, convertidas en control de pre­cios. Modelo que hoy se recupera.

b) también de la propuesta de concertación se desentraña un hueso estructural de lo que marcaría, como se dijo, el período radical alfonsinista. Esa concertación se llama multipartidaria; recién en el menemato volvería a llamarse multisectorial, con la inclusión de los gremios.

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