LAS DOS FORMAS DE LA INFLACIÓN

Que muchas veces la mayoría de los naturales de este país, y también los otros, tengan que declarar, producto de los avatares históricos, que la inflación es un proceso radical, por el partido y no por su taxatividad se debe en principio a un error, parcial, y una voluntad de ocul­tamiento por parte de los especialista económicos de la patria.

Más allá del célebre estudio que lanzara Terragneo, manotazo de ahogado del alfonsi­nismo empantanado, nunca estaría de más aclarar que aquella inflación, la híper, por la que el Partido Radical se hizo célebre es sólo una de las apariencias del fenómeno de incremento de precios públicos.

Hace meses que, visto el nivel de crecimiento que no disminuye, se ha removido una vieja discusión de los círculos económicos de la Universidad de Buenos Aires. Una vieja reyerta que le dicen. De un lado los monetaristas, hoy desempleados estructurales, y del otro los tributaristas.

En el fundamento de ambas vertientes de la teoría de la mejora puede encontrarse el nudo de la situación planteada más arriba.

Y sería: existe la inflación por contracción de la demanda, que no es el caso que hoy se vive y sí es la denominada inflación tradicional del partido de Alem e Yrigoyen. Esta consiste en la necesidad en que se ve el Banco Central de la República Argentina de recuperar moneda emitida a partir de la bonanza.

Esto es, el comercio mejora, los precios internacionales gracias a la renta marginal de David Ricardo, pata derecha del discurso marxista, la entrada de divisa es incontenible. Es allí cuando, y esto es lo que sucede hoy, el gobierno debe incrementar el circulante ya que el desfasaje entre el dinero circulante, entre divisas y monedas nacionales, no se equipara con la demanda de los exportadores de convertir el peculio de su actividad en circulante, esto es contante y sonante. Alí el BCRA emite para que los productores pue­dan abastecerse y continuar con la producción.

La otra inflación, la mala, es la contracara de este procedimiento. La demanda de pro­ductos disminuye, el productor no necesita ya de la moneda nacional sino de divisas que se procurará por la vía del empréstito y allí el circulante comienza a devaluarse merced de la circulación ‘privada’ del capital. El dinero del Estado deja de contrarrestar el vo­lumen de divisas y se devalúa.

Si en una primera instancia, los precios subían porque, ya sea había poca oferta (vol­cad al mercado internacional) y el nivel de divisas revaloraban la economía doméstica, es decir, uno debía pagar más porque había menos pero además valía más caro; en un segundo momento, habrá mucha mercadería, a bajo precio por cierto, porque ya no es redituable fuera del mercado interno. Para estas transacciones el público percibe que el dinero no vale, que debe desembolsar más efectivo para comprar porque el productor se ha endeudado en dólares y el peso ya perdió relación respecto de las divisas escasas.

Esa primer inflación, la devenida de ingresos de divisas y escasez de producción, es un recurso insuperable para aquellos que entienden la economía como administración de lo escaso. Los tributaristas ven los buenos tiempos como oportunidad de ahorro, y ese desfase entre el cálculo de divisas y metálico circulante se ‘redondea’ con los tributos: subsidios e impuestos.

Por el contrario, sus oponentes, entienden que la maquinaria económica de un país se apoya en su soberanía emisora, por lo que, los recursos típicos de esta facción, tan tec­nocrática como la otra, digámoslo, son los de control de precios y... si hablan de tablitas, no quedan dudas, estamos ante un monetarista.

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