Miserias de la política

Los despidos de Macri en Capital como una visión "personal" de hacer política y encarar la hegemonía. "Nuevas" formas de hacer lo de siempre.


por Ezequiel Brantano

“Tú debes estar bien atenta, y no hacer el más mínimo ruido”, le decía a su hija Otto Heinrich Frank. Una andanada de malos augurios se esparció estos días entre los que concurren cada día a su lugar de trabajo. El motivo: la asunción de la nueva política argentina. Ya Scioli hizo sentir su artillería en la ciudad de Dardo Rocha y ahora el te­mor se posa sobre la ciudad luz de Argentina.

Se trata de una confrontación entre dos modos de hacer política. Por estos días volví a ver la opera prima de Albertina Carri, Los rubios, en una secuencia de dicho documen­tal que cuenta la búsqueda de respuesta ante la desaparición de los familiares del perso­naje encarado por Analía Couceiro (Albertina en la realidad). En dicho pasaje, los inte­grantes de la producción reunida a pleno, como en un ritual sagrado, en torno a los tex­tos sagrados (en ese caso la respuesta del INCAA ante el pedido de subsidio para finan­ciar la producción de la peli), comentan el desagrado que los cuadros administrativos le propinan al proyecto de la directora. Los argumentos son pedestres, pero lo que encar­nan es atroz.

Es el dilema que se plantea el arte en todas sus perspectivas, allí donde la política se transforma en religión y donde la belleza reclama una autonomía primordial que la fun­damentó desde la primer demostración de maravillas... hasta que llegó el dinero.

Cuando veía ese pasaje de Los rubios recordaba cuando yo recién me iniciaba, tam­bien por aquellos días en que también lo hacía Albertina, sobre la cosmovisión político-económica y pensaba en la Responsabilidad. Así en mayúscula como me enseñaban mis viejos. Albertina y su equipo, entre ellos la misma Analía Couceyro, Marcelo Zanelli y Santiago Giralt y Pablo Wisznia, no estaban haciendo una denuncia, no era ese el tono, es­taba, como primer concepto del arte, la representación, estaba mostrando. Y el autor de estas palabras pensaba. Un demente interpretando un anuncio casi teológico... pero pro­veniente de sus pares. Seguramente la denuncia por la función paterna estuvo en esa decisión de incluir “la lectura del acta”. Pero esta vez, y con el timepo más todavía, esa figura desaparecida ahora era encarnada por un hermano, alguien que esta en condicio­nes etarias de serlo para Albertina (que ya tiene 4, creo) y que le decía ‘no’.

Cómo sería con el tiempo, en que también por razones etarias serán amigos, y luego hijos y después nietos los que renegarán del arte de Albertina, cómo se soportará eso.

Las actuales crisis desatadas por estos nuevos dirigentes, con oscuras intenciones, se­guramente con formas “personales” de hacer política, y más que más, con un buen mo­tivo para seguir corrompiendo la dignidad de los que quedaron atrás en la contienda, ¿es un motivo justificado para revivir lo que Otto Frank le dijera a su hija en aquel sótano de Amsterdam? A mi me parece que el silencio sería un chiste de mal gusto.

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