Sábado 26 de Octubre de 1996

dedicado a Lautaro

23:30

Después de viajar de Bs. As. a Caracas y allí esperar 4 horas para ver si embarcaba, llegué efectivamente a La Habana a las 21:00 de la noche de aquí (23 hs. de Bs. As.). Pensaba que en lo que me tomó de viaje hasta aquí, tenía cosas para contar: la repulsión con que nos trataban en el avión de Viasa (por aquel entonces empresa aeronáutica ve­nezolana), en el trayecto Bs. As.–Caracas; la particular sensación que me dio el aero­puerto Simón Bolívar, la mala comida de Viasa de Caracas a La Habana. Pero definiti­vamente mi viaje comenzó al llegar a La Habana.

Hice la fila ñeque la que se fijaron en mi visa y allí comenzó la historia. Debía regis­trarme en un hotel. Por supuesto a la vueltita del mostrador había un puesto turístico donde podía reservar. Yo ya había pensado en uno de 2 o 3 estrellas: Villa Miramar, pero qué pasó, ellos me ofrecieron uno más barato.

–¿Cuántas noches vas a reservar?

–Una

–¿Pero cuántos días te quedás?

–8

Me intentaron convencer para más días y algo sospecharon. Me dejaron pasar, y el trabajo de inteligencia siguió en la aduana.

–¿Cuántos días vas a estar?

–8

–¿Y no traes nada más que esto?

Le expliqué que lo que llevaba era suficiente (¡una mochila grande nada más!). No obstante me hizo sacar todo menos la ropa. Cuando vio los casetes de video sudé, y peor cuando vio las cartas personales que me habían dado para entregar a la gente que me hospedaría. Pero pareció no haber problema con eso, inventé una historia con los case­tes y me fui.

Los taxímetros esperaban en la puerta a los pasajeros; y la puerta del auto que me llevó fuera del aeropuerto fue abierta por el que me hizo la reserva del hotel. Viendo el mapa una vez en mi habitación de El Morro, me di cuenta que el que yo quería podía ser el más caro, pero de seguro me lo ahorraba en taxi. Por más capo que uno fuera el taxi tenía tarifa plana de 15 dólares.

Mañana check out en El Morro, y me espera un largo día de caminata, me voy desde El Vedado hasta Centro Habana. A la noche o cuando llegue voy a intentar llamar a Vivian o a Ayesha. Y desde luego voy a llamar a casa como siempre, el primer día pre­feriría estar durmiendo en mi cama.

Domingo 27 de octubre de 1996

12:00

Desayuné en El Morro. Llamé a casa y salí caminando para Vedado. En el camino me encontré con un jinetero (=1 u$s) que me ”acompañó” hasta el hotel Deauville. Allí llamé a lo de Vivian y convine con la madre en que Vivian me pasaría a buscar por el Deauville. Aprovechando el tiempo que tenía me fui hasta el hotel Plaza a mandar las carta que me había dado Terecita. En el camino me encontré con 3 jineteros más. El primero quería venderme habanos y marihuana. El “rasta” me acompañó hasta el museo de la Revolución. Allí me encontré con los otros dos, y que enseguida me rodearon. Uno me ofreció una moneda con la cara del Ché, el otro me ofrecía habanos y mari­huana otra vez.

Recién empezó mi viaje y el sólo hecho de pensar que habrá muchos más jineteros me hace querer volver, no me siento seguro. Espero queVivian me de alguna frase mágica para hacer que desaparezcan. Hasta ahora La Habana parece pero que El Cairo: porque estos hablan mi idioma.

Son las 15:15 y recién acabo de verla a Vivian con su amiga Ayesha. Salieron las dos a buscarme alojamiento, y lo encontrarán en el culo de La Habana, pero en todo caso serán amigos de ella, lo que me da seguridad. Por lo que dijeron queda en Miramar, al este de La Habana.

Quiero bañarme y descansar, además de comer, porque la última comida fue hoy a las 9:00 AM, cuatro tostadas con manteca y 2 café con leche. Es impresionante el calor y la humedad.

Esperándola a Vivian eché a dos jineteros más, el primer parecía ilusionado con el su­puesto bienestar, la buena vida que me daría como turista, hasta que me ofreció una caja de habanos Cruz de no se que, a 13 dólares cada una, para venderlas en la Argentina a 60 mínimo cada una.

Al segundo le dije sólo dos cosas: ya estoy hospedado… sí, en una habitación parti­cular.

También me encontré dos veces con uno de los primeros, el cual se llamaba José o “el rasta” para los amigos. Creo saber como disuadirlos, pero no supero el miedo al atraco:

–decir que estoy hospedado en una habitación particular

–que ya se donde conseguir taxis particulares

–que no pienso comprar habanos

–que no fumo ni tomo droga y menos ron

–y que ya se donde comer barato, 1,5 dólares el plato.

Espero que lo último que escriba en el día sea en una cama en ese barrio de La Habana llamado Miramar.

Hemingway debería tener dinero, porque se que se puede pasar unas buenas vacacio­nes cubanas en La Habana sin que te molesten, pero estoy seguro que encerrado en El Nacional es la única manera de evitar a esos tipos. Era otra época.

23:00

Después de doce horas y media sin comer (uno se mimetiza y peor si se viaja en las condiciones económicas en que yo lo hago), comí. Lo chistoso fue que tuve que hacer cola, y para peor, se me filtraron 2 familias (así se llama a los grupos que ocupan mesas enteras), una de cubanos, y la otra de venezolanas.

Antes me hospedé en aquella casa lejana de La Habana, con gente muy amable, aun­que a la madre de Anabel (la amiga de Vivian) no cambiaba ni por un instante su cara de culo.

El barrió intentó ser alguna vez de gente de dinero, militares. Pero hoy las casas se caen a pedazos, y para mejor, rodeadas de un montón de árboles con las ramas apun­tando hacia las veredas, impidiendo el paso y agregando humedad a los porches.

¡Felicitaciones; concluía mi primer día revolucionario!

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