guerrilla urbana vs inseguridad

La próxima asunción de Barac Obama a la presidencia de los EE. UU. aseguran al menos cuatro años de acumulación tradicionalmente progresista, y, en cuanto a los dóciles países emergentes, la garantía de estabilidad y previsibilidad que sólo el partido demócrata ha sabido cultivar entre los menos favorecidos del planeta. No obstante la cunvulsividad local, esos cuatro años sólo peligrarán cuando llegue el momento de renovar la primera magistratura de la República Federativa de Brasil, donde los medios Argentinos recurrirán a los antecedentes de corrupción que ensombrecieron los designios de Ignacio Da Silva. Lejos de este cuadro quedan las elecciones en Mexico, y la dinámica latinoamericana oscilará entre las decisiones que se tomen por un lado en Venezuela, y por el otro, en países como Perú, a la cabeza de los díscolos del Tratado Trasandino.
Este verano volverán las noticias de secuestros y crímenes que los medios desparramarán a lo largo de la costa atlántica, para regocijo de las viejas señoras porteñas. Pero con ello se decidirá la agenda de otro año caliente en materia de inseguridad. El primer año del mandato de Mauricio Macri en Buenos Aires aún no muestra las verdaderas intenciones del empresario del fútbol, pero todo indica que su posibilidad vendrá de la mano del control de la delincuencia urbana.
Hubo una época en que el común de la gente que leía un diario pensaba en términos de ‘revolución’, ‘izquierdas’ y ‘guerrilla’, lejos de la afinidad que hoy guardan esos vocablos con el mundo de la ilegalidad. Entonces era motivo de sonrojo o ridiculez postular un giro a la derecha. El golpe de timón vino desde afuera.
Era el agente externo el mayor cuco de las décadas del ’60 y ’70. Los líderes de opinión no aportaban soluciones al asunto, sino que dedicaban su salario parlamentario en levantar las sombras de una invasión imaginaria. Fue Perón tal vez en un último rapto de lucidez anterior a su muerte, quien hablaba de continentalismo y universalismo, cuando la palabra ‘bienestar’ comenzaba a ser demonizada. Entonces, en su histórico regreso a la arena política luego de 18 años de destierro, sentado en una butaca del Congreso advertía sobre los falsos democratizadores, y hablaba de los sendos pactos y convenios posteriores a Puerto Mont, como la táctica pacificadora de los que veían sus recursos naturales en peligro. Es que había asistido accidentalmente a Panamá, en el año 56, donde un enviado de Eisenhauer proponía la militarización de la lucha contra la subversión. Allí la historia latinoamericana parecía haberse detenido. De hecho así sucedió por casi 50 años.
Postular que la guerrilla urbana era un medio eficaz para mitigar la criminalidad tal como la conocemos hoy sería un efecto ilusorio, al menos en uno de sus rasgos. En las páginas policiales de dicho período, los secuestros cuya finalidad era política convivían con los fenómenos de secuestros extorsivos tal como los conocemos actualmente. Sin embargo, la predisposición de una contingencia que unía los distintos países dependientes, hacía que noticias como la que sigue llegaran al gran público. Un reportero francés, que circunstancialmente se hallaba en Camboya en el año ’75 hizo que un observador pudiera publicar experiencias como la narrada por Sanet, un mecánico de 35 años, ciudadano de dicho país. "La noche del 23 de abril, narra Sanet, los khmer rojos (facción que había asaltado el poder de Camboya) propusieron a los suboficiales de partir para una reeducación: escojan el lugar: Siemréap o Phnom Penh (capital de Camboya, que como toda capital, constituía el parapeto de las instituciones a ser derrivadas). Diez camiones esperaron a los que eligeron Siemréap, los suboficiales de unos treinta por camión. Llegados a Thmâr Kaul, a unos treinta kilómetros al norte de Battambang se detuvieron, pues era allí el asiento de las autoridades superiores. Bajaron en un lugar llamado Bat Kang, más o menos a 1 kilómetro de Thmâr Kaul, les ataron las manos detrás de la espalda y se los fusiló." El sentido era obviamente doble. Por un lado, deshacerse de los débiles y cobardes, y por el otro, se perseguía el castigo ejemplar, ya que "mucha gente vio los cadáveres, que estaban esparcidos en los bordes de la muy frecuentada ruta nacional 5."
El año que termina tuvo muchos acontecimientos dignos de memoria, pero sin duda, lejos de la presencia de Madonna, Betancourt et. al., un suceso en la esfera de la cinematografía es la que subreticiamente marcará nuestro destino americano. La película de Soderbergh, sobre la revolución cubana, Che, el argentino, con inmejorables actuaciones en los roles de Castro (así se lo imagina cualquier militante juvenil), y la personificación de Benicio del Toro en el papel de Ernesto Guevara ponen en el lugar de relevancia que se merecen ciertos aspectos de la historia de Latinoamérica. Es notable que un director en el centro de la producción norteamericana ponga en un lugar preminente la historia de una pequeña isla que ha marcado y signado, sintetizado y encarnado ese destino que no podrá ser mitigado y soslayado fácilmente.

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