4ta noche de Carnaval

por Oscar Assent


Los domingos el murgón arranca temprano, y terminan tarde, así que son cuatro las compañías que se verán en escenarios tradicionales como también en los nuevos escenarios. Son las bandas de murguistas con prosapia las que se encargan de difundir el espíritu del rey momo en las nuevas barriadas que se han lanzado a la vena de tambores y platillos.
En 1986 se inaugura el escenario de las calles Avellaneda y Oroño, en el barrio de Caballito. Las citas de las más de 100 murgas se dan por intermitencias aun en puntos de poca historia carnavalesca y aquel centro murguero que espera por salir será el que cierre la noche mientras otros murguistas festejan haber cumplido sus tres presentaciones del domingo.
Mientras, en la cabecera, los que han tenido tiempo de ensayar porque arrancan segundos, ven el ingreso de los que han llegado temprano, verán cómo el porta-estandarte asciende al escenario; entonces, los pre-murguistas realizarán una fantasía entre tanto el director de escenario toma posición junto a los cantantes. Se trata de La Resaca de Palermo, con una trayectoria añeja en su barrio y en toda la capital.
A las fantasías le sigue la entrada, que es cuando los tambores estallan junto a las bastoneras y las madrinas, quienes piden palmas y presentan las rutinas de los más ágiles. A esta demostración de destreza le sigue la ‘crítica’, y las bandas sacan a relucir el aspecto más porteño de su visión costumbrista. Como los versos de Los Cometas de Boedo, de la 3ra noche (…ese flogger
que un día volvió de la granja
y vivía en lo del verdulero
porque decía que extrañaba)
otros echarán mano a la música popular y trastocarán sus letras con un motivo local y barrial. Criticarán al chamuyero, a la presidenta, comentarán tipos característicos del Río de la Plata, y para ello se harán de recursos expresivos que mejor pinten la realidad que el carnaval subvierte.
Nuevos tambores para la batucada para acompañar el himno por antonomasia de la murga que es la despedida. Le dirán adiós, chau, al carnaval como un ensalmo que los libre de la magia que los ha prendado. Y una vez todos en sus lugares, La Resaca se irán con la murga a otra parte. Será de Villa Lugano el centro murguero de Los Dislocados el que despida esta noche número cuatro.
Los rezagados ya todos en sus puestos, ahora ven que el jefe de ceremonia arenga al público que va llegando. Por el costado pasan los de La Resaca que se dirigen al ómnibus que los deposite en la próxima posta. Quienes van segundos, Los Amos de Devoto, poseen carroza: un escenario adosado a un Citroen 2CV.
Con paso cansino, los pre-murgueros van haciendo lugar a su mensaje. El director los espera al pie del tablado, los directores de murga y las madrinas avanzan tímidamente. A lo lejos pueden comenzar a oirse los tambores, más tímido aún y destemplados, pero la primer tormenta de aplausos devolverá la dignidad al ensamble y el estruendo de los parches serán el contrapunto que vuelvan refulgentes nuevamente las estrellas del porta estandarte, luces incandescentes que alimenta una batería de automóvil sobre un chango de supermercado.
Teatro pobre, y a la vez repleto de colorido, serán los que hagan cátedra en estas calles sin abolengo en el murgón. Cuanto menos tradicional sea el escenario y más nueva la murga, más se amparan en la gala rigurosa: ingreso, entrada, fantasía, crítica, despedida y fantasía final. Son pasos inquebrantables ‘para los que no saben de que la va la murga’.
La espera nuevamente, la tercera compañía tarda en llegar. Sabemos que hoy es noche de cuatro desfiles, y que la última será de Lugano pero, ¿quiénes serán los próximos? ¿De dónde vendrán que tardan tanto? Sólo la organización sabe, celular mediante, lo que le depara el Rey de la Alegría a este barrio de Caballito. De pronto un movimiento en la primer esquina del ‘murgódromo’, bajan las lentejuelas, los tambores, finalmente aparece el estandarte, serán de la partida Los Alucinados de Parque Patricios, barrio que cuenta con siete agrupaciones.
Su crítica será contra la figura del diputado, coimero y de bajo perfil, que arregla del peor modo la falta que comete con la búsqueda siempre de algún beneficio. Nacidos en el 2002, se reunieron durante el año en el Parque Ameghino, donde quedaba la cárcel. Allí decidieron que sus colores serían el azul, verde, anaranjado y metalizado. Seguramente intentando anclar su proyecto en la historia profunda de la murga, se despiden con un coro legendario, coronado finalmente por una ovación de reconocimiento. Seguramente este año sea la oportunidad que han venido buscando, y tal vez los encontremos en algún escenario linajudo de la reina del Plata.

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